Observo a los yonkis
en la plazilla, su baile absurdo de un grupo al otro y vuelta a
empezar. Parece que pretendan pedirse, los unos a los otros, un poco
de dinero para el chute que los dejara tranquilos. Trabajo inútil,
aquí nadie tiene dinero, si alguno lo tuviera estaría en el punto
comprando. En cualquiera de los puntos que abren sus puertas
invitadoras a cualquiera que llame. No disimulan ni lo más mínimo,
el barrio es tan marginal que los policías entran en grupos de ocho
o más. Y les ven venir de lejos.
Cuanto sufrimiento
desperdiciado, sin objetivo, ni valor. Lastima. En cualquier caso mi
blanco es otro y Rata se esta poniendo nervioso. Me urge a mirar en
otra dirección, una casa de dos plantas, con una amplia puerta de
entrada abierta, pero con las ventanas tapiadas. La más ínfima
expresión de burdel. En realidad de burdel casi ni ejerce, los
yonkis son malos clientes, es más un almacén para guardar a las
chicas durante el día para que no escapen. Una cárcel. Más
sufrimiento, también desperdiciado en miseria y corrompido por la
codicia. Me indigna.
Allí esta mi
objetivo, un proxeneta venido a más últimamente, que ha pasado de
tener un par de yonkis acabadas a importar directamente desde el
Este. Como si le hubiera tocado la lotería del mal. Tuvo buena
suerte, supongo. Hoy la va a tener mala. Rata se pone en movimiento,
derecho hacia el edificio. Ninguno de los yonkis le mira, total una
rata más, aunque sea de cinco kilos, no se nota demasiado. Yo lo
tengo mas difícil, un traje de Armani llama mucho la atención en
este barrio, los niños pijos nunca llegan tan lejos a pillar, a
ellos los esperan donde todavía hay farolas. Me clavo el cuchillo en
la palma de la mano y me marco la cara con sangre siguiendo las
viejas costumbres. Cuando atravieso la plaza nadie me mira.
Rata rodea el
edificio, nunca le han gustado las entradas principales, le sigo
hasta una puerta pequeña en la parte de atrás. Esta cerrada, pero
eso no es problema para Rata que se cuela por debajo. Yo saco mi
juego de llaves “especiales”, tardo poco, pero aun así Rata ya
esta en el sótano y me envía mensajes para que me apresure. Odio
que haga eso, es como llevar un pasajero en la cabeza.
Cuando entro, me
encuentro en una cocina, es grande, con una mesa de metal en el
centro y todo tiene aspecto de haber sido recogido de la basura. Un
frigorífico industrial hace un ruido del demonio y casi hace que no
oiga la puerta. Levanto el cuchillo dispuesto a córtale el cuello a
cualquiera que entre. Una chica teñida de rubio me mira asustada.
Esta hecha polvo, noto el sufrimiento en todo su cuerpo, palizas de
las que no dejan marca. Pero yo las noto, puedo sentir los golpes de
varios años, que la han convertido en un animal asustado y sin
esperanza. La miro a los ojos, cree que la voy a matar. Cree que soy
la muerte y tiene razón, pero no la suya, hoy no. Le hago un gesto
con la cabeza en dirección a la puerta y ella asiente. “Bolshoe
spasibo” dice cuando pasa por mi lado.”Pazhalsta” pienso, pero
no digo nada.
Esto ha podido
salirnos caro, Rata no la ha visto por que ha bajado demasiado
rápido, le maldigo en silencio y noto su punto de vergüenza, sabe
que me ha fallado. Aun así sigue queriendo que me de prisa. Bajo por
unas escaleras ruinosas y llenas de suciedad y me dirijo a donde me
indica Rata. “Jodido GPS a cuatro patas, sal de mi cabeza, no me
dejas pensar”, pienso pero Rata no ceja. Se que tengo dos objetivos
justo al cruzar la puerta. Unos matones, Rata los nota corruptos. Me
concentro y los veo a través de los ojos de Rata, hay otro detrás
de Rata pero me hace ignorarlo. Cierro los ojos y saco otro cuchillo.
Que Rata dirija mi mano. Entro y noto como mi izquierda sube hasta
tropezar con el cuello del primero. Entonces abro los ojos y veo los
del otro matón, veo el miedo y noto el grito que intenta
escapársele. No lo hará, ya no tiene cuerdas vocales. Le saco la
legua por el agujero de la garganta y dejo que se ahogue en su
sangre. En silencio. Noto su dolor y, a la vez todo el que él ha
infligido a lo largo de su vida. No es suficiente el castigo.
Miro al tercer
hombre, esta sentado en el suelo, quieto. Me mira como si nada le
importara ya. Rata me dice en mi mente que era un recluta que falló
la prueba. No se que significa exactamente eso. De todas formas Rata
manda en estos asuntos. Le señalo la escalera. “Vete” susurro. Y
se va sin hacer ruido, ni mirar atrás.
El objetivo esta
detrás de otra puerta, ahora empiezo a ponerme nervioso yo. Se
supone que no debe ser demasiado poderoso. Apenas un payaso que
jugando con el ocultismo llamo a la puerta equivocada. Pero con
ciertos seres nunca se sabe. Me hago con el dolor que se desprende
del edificio. Noto todas las palizas, todas las violaciones, todas
las muertes que aquí se han cometido y las hago mías, las sufro y
las disfruto en toda su intensidad. Hago que ese poder refuerce mi
cuerpo y me fortalezca mas allá de los limites humanos y entonces
golpeo la puerta, que salta en mil pedazos.
Apenas veo, hinchado
de poder y pleno de dolor. Pero a mi me gusta el dolor, yo lo
controlo. Hago que retroceda dejándome la conciencia libre. Veo el
altar, una piedra grande en mitad de un pentagrama dibujado con tiza.
Y veo a la chica, atada y desnuda con unas cadenas mal puestas. Tan
mal puestas que se levanta de la piedra y corre en mi dirección,
tapándome al macarra. No veo el arma hasta que dispara. No me da por
más de un metro y dispara de nuevo, mientras yo le lanzo un
cuchillo. La bala atraviesa la pantorrilla de la chica haciéndola
caer sobre mí. Rebota, estoy tan hinchado que soy como una roca. Si
la bala me hubiera dado a mi no habría pasado nada. El macarra esta
en el suelo con un cuchillo atravesándole el omóplato. No parece
una amenaza, mas no me fío y espero a que Rata inspeccione.
El chulo se levanta
lentamente y se ríe. Esto empieza a parecer una peli de serie B.
“¿Esto es lo mejor que sabes hacer, angelito?”. No creo ser
ningún angelito. “Mi maestro ya me dijo que vendríais con
vuestros crucifijos”. No he pisado una iglesia desde hace años,
pero no le saco de su error, no me importa que crea que soy de la
competencia. Se que hay una trampa y si habla puedo buscarla. “Pero
no tenéis autentico poder” Se desgañita. “Dios no existe,
payaso”. Como si no lo supiera.
La trampa esta en el
altar, magia burda de sumisión. Supongo que a el le debe parecer el
culmen de la Alta Magia. Avanzo, ya sin miedo. Noto su expectación,
y seguidamente su terror cuando descubre que ni siquiera vacilo.
Entonces ataca. Una legua larga como una serpiente de más de tres
metros impacta contra mi pecho y hace estallar una autentica bomba de
dolor, miles de agujas se clavan en mi piel y noto como mis ojos
estallan. Dios, como disfruto. Cuando recupero el control cojo el
altar y lo lanzo contra la pared, estoy tan pletórico que lo clavo
en ella. Luego agarro al chulo y tengo que contenerme mucho para no
hacerlo trozos. Le golpeo un poco contra el suelo y lo dejo
inconsciente.
Miro a la chica, la
pobre esta mas allá de cualquier ayuda. Ha perdido del todo la razón
y musita palabras inconexas en ruso. Cuando paso por su lado, la mato
de un golpe en el cuello. Es todo lo que puedo hacer ya. Salgo a la
calle por la puerta principal. Ya no me importa que me vean. Los
yonkis tienen un alto sentido de la supervivencia y antes de que
logre atravesar la plaza, ellos ya estan en sus agujeros.
Me dirijo hasta el
coche. Me gustan los mercedes por que tienen maleteros grandes,
aunque sean deportivos. Meto el paquete detrás y salgo del barrio
antes de que lleguen las luces azules. Estos no son policías
normales, la policía todavía no sabe nada. A esta gente la llaman
de muchas formas, La Corporación, La Agencia, Control… en
cualquier caso, son los que se encargan de evitar que la gente como
yo vaya haciendo de las suyas por ahí. Yo los llamo la Jazz Police y
reconozco que hasta me caen bien. Son ellos los que van a tirarse
toda la noche limpiando el desaguisado que he montado. Y mientras yo
me entretendré con mi macarra, enseñándole nuevas cotas del dolor.
Quizá no pueda decirme donde esta su maestro pero seguro que nos
divertimos un montón.
Bajo la ventanilla y
dejo que la música atruene el vecindario. Y mientras Ramstaim cantan
sus canciones de amor y odio, Rata y yo nos sentimos felices.
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