La nave es antigua, de ladrillo y no de placas de hormigón como el resto del polígono. Debía ser algún tipo de pequeña fábrica. Una gran estructura, con tejado a dos aguas, albergaba la superficie principal de trabajo. Detrás, otro edificio adosado, mas largo, como si fuera un crucero, da al lugar apariencia de iglesia. En la fachada destacan unos carteles en los que pone “Dios te ama” y “Solo Él puede sanarte” en vivos colores. No veo gente fuera, pero si coches. Unos cincuenta, como los dueños estén todos dentro esto va a ser una carnicería. En fin, doy la vuelta a la manzana y me situó por la parte por donde debieran estar las oficinas.
En la parte trasera del coche, el policía y Liuba, así se llama la rusa, discuten en ruso. Ella quiere entrar y el policía intenta convencerla de que es demasiado peligroso. Como si quedarse fuera fuese seguro, si queríamos salvarla, deberíamos haberla dejado antes de entrar en el polígono. A estas alturas la policía de jazz habrá cerrado todas las salidas. Me vuelvo y les digo “Cada cual debe tener la oportunidad de elegir su muerte”.
El policía me dice que es la vida lo que se elige. Si, claro y que más. “No, la vida es la que te toca”, le respondo.
Salgo del coche, dejándolo con la palabra en la boca, no tengo ganas de seguir discutiendo. Me dirijo a una ventana que está entreabierta, vislumbro las siluetas de dos cabezas. Creen que por que no me ven yo tampoco puedo verles a ellos. Pobres niños jugando al escondite. Salto dentro sin tocar la ventana, uno intenta pincharme con una lanza improvisada, se la arranco de las manos y la uso para clavar al otro a la pared. Luego con el cuchillo le rebano el cuello. No han tenido tiempo de gritar. Por ahora vamos bien.
El policía y la rusa están al pie de la ventana. Les hago señas para que pasen. Resulta un poco patético ver a Luiba intentar subir, ayudada por el otro desde abajo, mientras se esfuerza por que su falda no se abra. Cuando por fin logra entrar en la habitación, se pone blanca. No esta acostumbrada a la sangre y aquí hay mucha. Al de la cuchillada casi le arranqué la cabeza y ahora cuelga de su tronco sujeta por un hilo de carne. Ese tipo de herida sangra mucho y este casi ha vaciado toda su sangre en el suelo. Por no hablar de las salpicaduras en el techo. Y la verdad es que el otro, clavado en la pared como un insecto, tampoco es muy decorativo. Aun así aguanta bien el trago y se limita a ponerse la mano en la nariz como para protegerse del olor. Tipos duros los rusos, debe ser por el clima.
El policía sube sin ruido y como un profesional, trepa ofreciendo el mínimo perfil posible y en cuanto entra ya tiene el arma preparada. Ex-militar supongo. Sus ojos cambian de color y dice “hay uno en el pasillo y otro en la oficina de al lado”; y añade “viene alguien, viene a ayudarnos”.Miro por la ventana y veo acercarse a la chica que antes nos disparó. Lleva un fusil en las manos. ¿Viene a ayudarnos? Joder, pues vaya cambio de opinión. Por si acaso me sitúo en el lateral de la ventana. El policía en cambio, le da la espalda y se va hacia la puerta. Luiba permanece en medio de la habitación intentando no tocar nada. La chica salta dentro sin ruido, y antes de que me de tiempo a moverme tengo la culata de su fusil entre ella y yo. Debe tener sensores térmicos.
La situación es, como mínimo, extraña. Una unidad de combate y yo midiéndonos en silencio. El policía acechando en la puerta sin hacernos caso y la rusa mirando espantada a su alrededor. Si esto sale en una peli no se lo cree nadie. La unidad de combate me sonríe y baja la culata del arma. Esto me supera. Bajo el cuchillo lentamente. “Necesito que alguien elimine al del pasillo en silencio” dice el policía. La unidad de combate me da la espalda y se dirige a la puerta. Se cuelga el fusil a la espalda y espera un momento. Luego abre la puerta de golpe, fuera hay un hombre con cara de susto. Antes de que el tipo reaccione agarra su cabeza y la gira. “Creec” suena. El tipo esta muerto.
No tengo ningún control sobre la situación. Y empiezo a sentir vértigo. El policía y la rusa son devotamente fanáticos de la cosa esa que secuestraron, y no van a aceptar ningún resultado que no incluya su rescate. No se que puñeta esta haciendo Rata, de hecho ni siquiera puedo oírle. La unidad de combate parece que esta de nuestro lado, pero no se hasta cuando. Y, a estas alturas de la fiesta, se que el Maestro no está aquí. Voy a morir por nada. “Eliminemos al que queda” digo.
Salgo al pasillo y abro la puerta que me señala el policía con la cabeza. Un pobre desgraciado me mira desde detrás de una mesa y hace un gesto para intentar coger un cuchillo que tiene en ella. No llega a completarlo. Mi daga le atraviesa el cuello. Lo veo morir atragantándose con su sangre. Dioses, estoy tan cansado. Recupero la daga y salgo al pasillo. “No hay nadie mas aquí” dice el policía. Me sorprende, el complejo de oficinas es muy grande, seguro que hay más de veinte oficinas dando a este mismo pasillo, sin contar las de los pisos superiores. “¿Seguro?” pregunto. “Nadie” responde, “están todos en el ritual”. Vuelve a tener los ojos raros, como opacos y de un color violáceo. Entonces empiezan los cánticos.
Un coro enorme declama con fuerza los versos de un canto en una lengua extraña. Noto el poder según empieza. Una marea de asco me invade, no se que es lo que pretenden, pero, sea lo que sea, es total y absolutamente falso. Nos dirigimos a la puerta que comunica con la nave principal. Esta abierta. Puedo ver un escenario situado en medio de la nave y otro cerca del portalón de entrada. En el del centro hay un altar de piedra. Y la chica esta allí, entre dos tipos que parecen sujetarla para que no escape. Otro tipo dirige a la gente que abarrota el espacio entre los dos escenarios, desde delante del altar mueve los brazos marcado el ritmo del canto. El otro escenario esta totalmente vacío, aunque creo que no por mucho tiempo.
Los tipos del escenario miran hacia la puerta y la gente que canta parece concentrada en el director del espectáculo. No parece que nadie tenga armas de fuego. Hay una pasarela, como a un piso de altura que recorre todo el perímetro de la nave. Creo que tengo un plan, o por lo menos el esbozo de uno. “Subid por la pasarela y colocaos encima del portalón” les digo “Yo intentare atacar desde atrás y traerme hasta aquí a la chica. Disparad a cualquiera que intente impedírmelo.” El policía asiente y la unidad de combate se dirige a la escalera que da acceso a la pasarela sin ningún comentario. Liuba me mira “No tengo armas”. Le doy mi pistola, un revolver del treinta y ocho que, de todas formas, jamás uso. Los veo subir por la escalera y me preparo. Busco todo el dolor que pueda sentir y lo encuentro. Noto como me hincho poco a poco. Atacar y huir, ese es el plan. No creo que salga.
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