Me
despierto sobresaltado y con un nombre en la cabeza: Irene. Por fin
conozco el nombre de mi princesa. Irene, Irene, Irene. Estas muy
cerca, tienes que estarlo para que pueda verte con tanta claridad.
Llevo esperándote desde aquellos tórridos sueños de adolescente,
cuando aun pensaba que eras solo un producto de mis hormonas. Me
pregunto que pasara cuando nos encontremos, por que tu nunca me has
visto. Espero poder resolverlo cuando te vea cara a cara.
Los
vapores del sueño se disipan y entonces recuerdo… ¡Estas en
peligro!, algo te acecha y no logro recordar qué, el sueño no es
claro. Recuerdo a un gigante rubio, un peligroso guerrero criado para
matar, pero no me parece que él sea el peligro, aun así, se que
esta cerca… Otro velo cae, y me doy cuenta de que yo mismo te he
señalado, eres el objetivo del secuestro. La rusa no sabía quien
eras por que nadie puede verte, pero la dirección que dio era la
tuya.
Un
clavo de dolor atraviesa mi cabeza, mi gente te matara, eres como yo
y para ellos somos monstruos. Espero que la magia que te ha mantenido
oculta tanto tiempo, lo haga un rato más. No tengo mucho tiempo y el
dolor no cede. Tengo que rescatarte, tengo que llegar antes que
ellos.
Enciendo
la luz y veo la habitación del hotel, cuatro estrellas, un autentico
lujo para mi antiguo trabajo, pero desde que entre en la organización
me pagan como funcionario de alto rango. La organización esta
infiltrada en todas partes y hace que las nominas corran a cuenta del
estado. Voy al minibar y cojo una botella de agua. Rebusco en la
maleta, ibuprofeno, dos cápsulas y en un rato estaré como nuevo.
Tengo que relajarme, en este estado no sirvo para nada.
¿Quien
quiere secuestrarte? El rubio no es, él mató al proxeneta, de eso
estoy seguro, mis sueños no fallan jamás. Y los míos tampoco, no
tendría sentido. Intento concentrarme en esa información. Hago la
pregunta. Como respuesta el clavo de mi mente resucita y caigo al
suelo por el dolor. Alguien esta ocultándose, alguien muy poderoso.
Maldita sea.
Saco
mi maleta del armario, retiro la ropa y abro el doble fondo. Tengo
una micro-uzi, un prodigio de la técnica israelí. Tengo seis
cargadores, los relleno y los pego de dos en dos con cinta adhesiva,
uno boca arriba y otro boca abajo, vuelta y vuelta, para poder
recargar más rápido. A veinticinco balas por cargador, son ciento
cincuenta oportunidades. Si me hicieran falta más, ya estaría
muerto. Aun así, preparo la pistola también, dos cargadores
sobraran, más y tendría que llevar una carretilla.
Me
coloco las cinchas de la micro-uzi, de tal manera que cuelgue oculta
debajo de la chaqueta y que me permita absorber el retroceso cuando
empiece el baile, bendita preparación militar. Si quiero llegar a
tiempo no tengo que madrugar, simplemente, no puedo acostarme.
Bajo
a la calle, el coche de la agencia esta en el aparcamiento del hotel,
pero no lo cogeré. Hace dos días alquile otro, mis presentimientos
nunca se equivocan. Cojo el coche, un BMW 630 Ci coupé, me pregunto
que pensarían en la empresa de alquiler si supiesen que lo puedo
meter en un tiroteo. Dejo que me guíe mi instinto. La ciudad duerme.
Mientras
avanzo descubro los fallos en mi plan, de hecho descubro que no tengo
ningún plan. No puedo entrar y secuestrarte a punta de pistola, no
puedo contarte la verdad y esperar que me creas. Y, desde luego, no
puedo contar con ser capaz de enfrentarme a unos secuestradores que
no se quien son. Por no hablar de que mi propia gente llegara en
cualquier momento y ellos no hacen preguntas. Te detendrán y jamás
saldrás de sus celdas de detención.
Llego
a tu calle, un barrio obrero. Hay ropa tendida en las ventanas, la
mayoría son uniformes de trabajo. La clase de barrio en el que nadie
dejara de ver mi puñetero BMW. La estoy fastidiando a base de bien.
Ni siquiera puedo aparcar en tu puerta por que la calle es peatonal
en ese trozo. La ansiedad me esta matando.
Observo
la calle, a las cinco de la mañana no hay ningún movimiento, así
que no me resulta difícil descubrir a una chica morena y escuálida
refugiada en el portal de enfrente de tu casa. Otra rusa, según la
miro se que el proxeneta le mando seguirte. Le ha tenido que costar a
horrores, no es fácil verte. Normalmente la gente solo te ve cuando
hablas o te haces notar de alguna forma. La pobre lo ha pasado fatal,
te ha seguido obligada por la magia y ahora ya casi se ha desecho el
hechizo. Sin embargo sigue ahí.
Será
mejor que espere a que, al menos, estés despierta. La gente del
barrio empieza a salir de sus casas. Unos cogen los coches para ir al
trabajo, otros, la mayoría mujeres, esperan en grupo a que alguien
los recoja. Una furgoneta con rótulos de una iglesia adventista
aparca justo en el límite de la zona peatonal y sus ocupantes se
dirigen a los grupos que esperan y les reparten folletos. La
voracidad de esta gente es insaciable. Consulto el reloj, son las
cinco y media.
Entonces
aparece, es el rubio. Alto, rubio, guapo, fuerte, ágil, la clase de
tipo que en el colegio no se molestaba en mortificar a los débiles
de la clase, ni siquiera nos veía. Lo veo avanzar, andando, por la
calle y me doy cuenta de que no tengo ninguna oportunidad si me ve,
si intuye que he venido a hacer. Espero que no se fije en el maldito
coche.
El
rubio va derecho hacia la rusa. No me ha visto. Cuento mentalmente
los pasos que he de dar hasta estar lo bastante cerca. Ocho pasos, no
es difícil. Tengo que matarlo. Tengo que hacerlo o te fallare. Me
sudan las manos mientras pienso en como apuntar para no matar a la
rusa. No quiero sangre inocente. Abro la puerta del coche muy
despacio. Es la hora, Julián Pardo acude al rescate.
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